Lince de archivos

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Se trata de una sección en la que pretendemos ubicar aquellos estudios derivados de esas interesantes informaciones que a menudo tropezamos en nuestras investigaciones y que no son estrictamente genealógicas, pero si relacionadas con Cantabria. Sección que por su propia naturaleza será un auténtico cajón de sastre.


Todo cuanto aquí se publique es propiedad de los autores que lo firmen y, el contenido de su exclusiva responsabilidad.

 


A MODO DE PRESENTACIÓN.
    
     Seguramente casi todos hemos podido ver, en películas antiguas,  principalmente norteamericanas, criados chinos con sus coletas en  casas de familias importantes, trabajando como cocineros en Haciendas y similares. Recuerdo ahora a Lee, el  chino que se hizo cargo de Aaron y Caleb, los mellizos de Cathy, en la película “East of Eden”, basada en la novela de John Steinbeck. Lee cuidó de los bebés cuando los abandonó Cathy, su madre; cocinaba para ellos, les vistió como pequeños chinitos, les dejó crecer el pelo y les peinó  con  una coleta. Allí, en aquella casa, cuidando de ellos, trabajaba cómodamente  y mandaba muchísimo. Comentando lo anterior con un amigo, me puntualizó que “el cocinero de la serie “Bonanza” también era un chino”. Bueno, yo no creo que  vi mucho de esa serie, o al menos no lo recuerdo, pero ahí lo tienen como referencia.… Lo que sí es evidente es  que las cosas  no fueron  así de fáciles  para todos los chinos en las Américas o al menos no lo había sido con anterioridad.

   Hace pocos años, en el curso de una investigación que  estaba realizando sobre navegación por el Pacífico, al revisar por curiosidad unos datos para ver el tipo de carga que trasportaban los barcos que  a mediados del siglo XIX aún navegaban a vela hasta Filipinas y vuelta, ya terminados los viajes del Galeón de Manila, encontré lo que para mí resultó entonces una rareza: portaban “colonos” chinos entre sus mercancías, a veces en gran número, hasta varios cientos en cada viaje. Reseñaban en sus cargamentos tabaco, te, arroz, canela… y ”colonos chinos”. Estos barcos, fragatas y goletas principalmente, hacían sus viajes partiendo de la Península, desde Cádiz, Sevilla, o Santander… bordeando África y haciendo rumbo a Oriente una vez pasado el Cabo de Buena Esperanza. Y así hasta Filipinas. Allí descargaban las mercancías peninsulares que portaban, con las que negociaban. Desde allí, iban a Macao, donde ya estaban “almacenados” y listos para embarcar los colonos  que iban a ser vendidos en América. Los cargaban y emprendían el regreso desde China, atravesando mares, cruzando estrechos, aguantando tempestades, tifones y calmas, y otra vez  por el Cabo, hasta la isla de Santa Elena. Y después rumbo a Cuba, principalmente, o a Perú. Hacían otras arribadas para abastecerse de comestibles frescos, agua y leña, pero solo las indispensables, porque los chinos les planteaban muchos problemas durante el viaje, amotinándose por querer evadirse.

   Una vez descargados en La Habana o Perú los colonos chinos, como eran llamados, los armadores arreglaban sus cuentas y cargaban productos coloniales para transportar a la Península: azúcar, melaza, aguardiente y tabaco  principalmente y otras varias mercancías ultramarinas. En casi todos los viajes llevaban también algún pasajero: religiosos, tropa y civiles, incluso cargos militares y comerciantes, así como la  correspondencia en ambas direcciones.

     La empresa naviera más importante haciendo estas “vueltas redondas” desde la Península a Filipinas, vuelta hasta La Habana y otra vez a Cádiz o Santander fue la de Ignacio Fernández de Castro, comillano de nacimiento, marino de profesión, con amplio número de hijos, yernos y familiares incluidos en el negocio y en el mando de los barcos y con un perfecto control de sus negocios hasta el final. Nunca llegó a tener barcos de vapor, sus goletas y fragatas navegaban a vela por todos los mares.

Era una empresa casi exclusivamente familiar en su control, en la que navegaban o atendían las diferentes delegaciones en varias partes del mundo miembros de la familia o personas muy allegadas, entre los que encontramos muchísimos apellidos de Comillas y su entorno.

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A MODO DE PRESENTACIÓN


Al hilo de mis búsquedas sobre “coolies”, los barcos de vela que los transportaban y los capitanes que mandaban estos barcos, al rebuscar en un archivo familiar, me topé con unos curiosos documentos, remate de los sucesos finales de la colonización española de Filipinas. Aún no he logrado explicarme que hacían estos papeles en el legajo en que han aparecido, ni tampoco entender que varias personas conocidas que han investigado allí antes que yo no los hayan visto ni comentado. Resultarían un bonito colofón al episodio final de los “sucesos del 98” que casi todos conocemos y me he sentido obligada a hacer una revisión a lo acaecido a “Los últimos de Filipinas”: el grupo de cincuenta y cuatro soldados y mandos españoles que se encerraron y se hicieron fuertes en la iglesia parroquial del pueblo de Baler, en la isla de Luzón, iglesia conocida como de “San Luis, obispo de Tolosa”, asediados por cuatrocientos tagalos katipuneros que se sentían anti “castilian” y anti clericales.
De no haber encontrado estos documentos, que más adelante presentaré, no creo que me hubiera metido con los “sucesos del 98”. Los asuntos bélicos no han sido hasta ahora tema que me haya atraído y además, entiendo poco…
Pero, ¿qué tiene que ver con Cantabria el encierro en la iglesia de Baler de “Los últimos de Filipinas” si ni siquiera hubo un soldado cántabro en aquel batallón? Pues sí, si tuvo que ver, pero para comprobarlo tendremos que llegar hasta casi el final…
Sí tengo muy presente cómo era de incómoda la estancia para los peninsulares recién trasladados allí, a través de la descripción que hace el cántabro José Mª de Pereda en su cuento “La Leva”. Lo relata el Tío Trementorio: “Si a uste le encajan en Manila, hasta el pan se conjura contra uno…un mes en aquellos mares deja al hombre que no le reconoce ni la madre que lo parió. ¡tiña, más amarillo y más relambío se pone…”
Según los datos que tengo, la sanidad en Filipinas en 1896 era mala: había unos veinticinco médicos civiles, además de unos cuantos médicos militares y de los farmacéuticos, que a veces desarrollaban esas funciones. Unos años antes, otro cántabro, Fr. José Cueto, natural de Yermo y vicerrector de la Universidad de Manila, escribe “… que somos apenas 10.000 peninsulares y descendientes de peninsulares, población blanca formada principalmente por militares y frailes, siendo los indígenas más de 5.000.000. Hay apenas 12 médicos aunque esperamos que esta cantidad se amplíe con la nueva cátedra.” Se amplió algo el número, efectivamente, pero durante los años noventa muchos peninsulares que pudieron fueron regresando a la Península, incluidos los médicos y sanitarios.
Las grandes epidemias de viruela que diezmaban la población podían controlarse hacía tiempo por medio de la vacuna, pero había una gran desconfianza por producirse a menudo complicaciones debido a su administración poco cuidadosa. Pero el cólera morbo, la lepra, el paludismo y la peste bubónica seguían haciendo estragos, eran consideradas endémicas.
También Fr. José Cueto, dice en otra parte “…que en caso de cualquier conflicto, como ya los ha habido, no podríamos pedir ni contar con su ayuda, debido a la enorme distancia que nos separa” Viendo cómo se desarrollaron los acontecimientos, esto resulta una premonición. Se comprobó que efectivamente ¡Filipinas estaba muy lejos!.
En lo relativo a barcos de guerra y armamento, bástenos como orientación la acusación de Salmerón al Congreso de los Diputados;“…habéis dejado desmanteladas sus fortalezas, sin más cañones que aquellos que pudieran servir para hacer salvas…“ Ref: “Filipinas 98: El día después en el Congreso de los Diputados”
La comunidad de frailes franciscanos, ya en 1896 viendo el desarrollo de los acontecimientos, alquilaron una casa en la vecina colonia portuguesa de Macao y allí se fueron la mayor parte de ellos con sus pertenencias más valiosas. Después, cuando en el ´98 todo acabó regresaron desde allí a la Península. Menos los que estaban en Baler: Fr. Juan López y Fr. Félix Minaya.

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